Hace dos días tuve ocasión de leer una extensa entrevista a uno de los cineastas más controvertidos del cine europeo contemporáneo, Lars Von Trier. El autor de dicha entrevista exponía [a modo de personal y sujetiva tesis] que el cineasta danés utiliza su ya mítica (le pese a quien le pese) técnica autodenominada (en un ejercicio de autoconsideración casi divina) Dogma* como herramienta para mostrar la no-realidad dentro de la realidad que el espectador se crea en el momento de visionar una película. Es decir, juega a mostrarnos [en muchas ocasiones, de forma casi teatral] los recursos que contribuyen a crear el simulacro de realidad perceptiva en que se sumergirá aquel que vea un filme, a través de un código no solo metacinematográfico (término entendido como cine hablando sobre cine), si no también metanarrativo (los trucos del relato en si mismo se hacen tan patentes/obvios que casi provocan sonrojo, un sonrojo intencionado por el propio autor, todo hay que decirlo).
Dicha tesis establecida por el entrevistador me dio mucho que pensar. Por ejemplo, citemos el caso de la [cada vez más decadente] industria hollywoodiense. Desde el momento en que comienza la proyección hasta que finaliza, cada uno de sus filmes intenta desesperadamente sumergirnos dentro del relato que nos ofrece [ya sea colosal o poco menos que estrepitoso], trucos cinematográficos/artísticos mediante. Todo contribuye a que el respetable no se salga de la película en ningún momento, desde la omnipresente banda sonora [bien es sabido que actualmente impera una tendencia a llenar cada minuto del metraje con música, a ser posible, machacona] hasta el montaje, hilado hasta el último detalle con el fin de que la sensación de continuidad no se pierda.
Y aquí, en este momento de mi [muy humilde, la verdad sea dicha] reflexión, yo me pregunto: ¿De veras es lógico este proceso de creación de realidad? Formulándome dicha pregunta, no consigo ni decantarme por un sí ni por un no como respuesta, más que nada, porque pese a que a [casi] nadie disgusta una buena superproducción que nos aleje de la realidad durante dos horas, si hacemos caso a las teorías de Jean Baudrillard, es fácil llegar a la conclusión lógica de que el exceso de realidad en el arte contribuye al ahogo y muerte del propio arte, puesto que el arte es falsedad en si misma. Dicho de otra manera: cuando René Magritte pintara una pipa insertando al lado un elocuente texto que rezaba "Esto no es una pipa" ("Ceci n'est pas une pipe"), ya nos estaba advirtiendo de la no-realidad que comporta intrínsecamente el crear una obra de arte, puesto que una creación artística es algo intangible, irreal, falso.
Cuando vemos a Arnold Schwarzenegger matando a los malos con una recortada, no los está matando de verdad. Cuando contemplamos a Superman surcando los cielos, no está volando en realidad. Y cuando asistimos en primera persona a un fogoso encuentro sexual entre Michael Douglas y Sharon Stone, ciertamente no están copulando. Estas tres últimas afirmaciones parecen de perogrullo, pero tan solo estoy intentando ilustrar mi reflexión con ejemplos harto conocidos por todos: el cine es el perfecto ejemplo de irrealidad camuflada, puesto que vemos algo que en realidad no está ocurriendo, pero [y esto se produce en el caso de que esté bien hecho] nos lo creemos, principalmente gracias a toda suerte de trucos narrativos y argucias técnicas bien combinadas y empleadas con sabiduría creativa. Por tanto, dejo abierta la reflexión sobre este tema, culminando este artículo con una última comparación: un buen cineasta es como un gran prestidigitador, debido a que su trabajo consigue en convertir una ilusión en una realidad tangible durante un cierto periodo de tiempo para su público.
*NOTA: Huelga decir que el propio Von Trier se saltaría las normas establecidas en su movimiento Dogma [especialmente la norma que concierne a la no-utilización de música no extradigética] realizando un musical en toda regla como es "Bailando en la oscuridad" (protagonizado por Björk y estrenado en el año 2000), con lo cual se podría hablar de una ruptura con sus propios cánones creativos.
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