martes, 4 de noviembre de 2008

Mi maravillosa y sentida crítica hacia la obra maestra "Tiro en la cabeza"


Podría redactar una pedante y jactanciosa reseña a modo de crítica/análisis sociofilosófico de esta muestra del sublime en estado primigenio que nos ha regalado ese superior y nunca bien valorado ente llamado Jaime Rosales. Podría analizarla en clave metacinematográfica -¡Cual opera magna de un cruce hiperdesarrollado entre David Lynch y Lars Von Trier! ¡OMFG!- y decir que es una de las piedras angulares del cine social y documental europeo, única afirmación que no han escrito publicaciones como Fotogramas o Cinemanía, a las cuales solo les faltó compararla con "El Padrino".

Pero resulta que esta película no me gustó en absolutamente ningún sentido. Siendo este el caso, me hallo ante una disyuntiva de proporciones más que considerables. ¿Me rebajo a lo que el séquito del señor Rosales no dudaría en calificar como "el resto de los simples mortales" y despotrico sin piedad -y con mucha saña- contra semejante subproducto, que tan solo cuenta con un factor provocador -y es el de provocar el hastío-? ¿Deconstruyo -cual crítico que aplica la postmodernidad de forma concienzuda en todo lo que hace- todos y cada uno de los engranajes del -por llamarlo de alguna manera- "filme" para llegar mejor hasta sus defectos -os daré una pista: hay más de uno y menos de mil cientoveinticuatro-, que acaban convirtiendo una película que se soñaba fundacional en su género en un vídeo casero mal rodado y -demasiado- bien vendido?
¿O bien aplico las teorías de Wright Mills y me meto temporalmente en la piel de Rosales con el fin de redactar una crítica que haga justicia a "Tiro en la cabeza"? Sí, esta segunda opción me convence mucho más que la primera. Por tanto, he llegado a la conclusión de que la mejor manera de criticar esta película -únicamente llamada así porque es considerada un largometraje- es emular a Rosales y basarse única y exclusivamente en el poder de la imagen.
He ahí mi crítica, pues.



Mañana sí, volveré al tema electoral estadounidense, después de haberme quitado esta espinita clavada desde tiempos ya lejanos. Mientras tanto y para acabar, me despido con mi sempiterna coletilla cuando hablo sobre el tema tratado en este último artículo: ¡bendito cine español!

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